Estás sentada en una silla, con un cuaderno entre manos apoyado sobre ambas piernas, y una lapicera que pareciera estar diseñada, justo hoy, para escribir lo que sentís. Estás sentada, sola, y vacía.
Por unos segundos solamente miras la hoja, los segundo de repente son bastantes minutos, y logras observar que tus ojos se empañan sin dejar caer las lágrimas que quieren nacer y morir en un santiamén. Las líneas, llamadas renglones, automáticamente desaparecen, transformando la hoja en un pedazo de papel blanco (¿acaso la hoja no es eso?), que te hace sentir completamente incompleta.
Desvías tu mirada del papel, miras a tu izquierda, y sin emitir sonido alguno, tomas una gomita de color verde de entre todas las que estaban dentro de la bolsita que te habías olvidado, dejaste sobre la mesa. De la nada, clavas tu mirada en una gomita de color rojo, que te trajo un recuerdo lleno de nostalgia. Corres la mirada, volves a mirar, introducís la gomita verde en tu boca, e instantáneamente volves a tu posición inicial.
Mientras la sustancia saborizada se disolvía en tu boca, una lágrima cayó, sin que pudieras controlarla; se te fue de las manos. Desesperadamente, virás a tu derecha, y con tu abrigo la sacas de tu cara. Hoy, te averguenza llorar.
Una brisa suave, entre por entre la ranura de la puerta, y sentís que te acaricia, que te abraza, te consuela. Vos permaneces inmóvil, no tenes ganas de moverte, no tenes ganas de nada. La lapicera sigue moviéndose dibujando letras que forman palabras que van formando oraciones que, a su vez, sentís que te están desgarrando. Vos, tan aficionada siempre de las palabras, hoy no queres tener contacto con ninguna. Cuando alguien te habla, asentís con la cabeza, o gestualmente contestas, no queres hablar, estás negada, bloqueada, y te seguís sintiendo sola, cada vez más sola.
Miras al piso y ves tu mochila por un momento; de repente recordaste que 20 rubios estaban guardados. 20-1= 19, tomaste el encendedor de tu bolsillo y encendiste el cigarrillo. Jamás habías prestado atención a como éste se consumía... quedaste atónita al imaginar imágenes cuando despedías el humo por tu boca; te refregaste los ojos para no pensar que estabas loca, pero las imágenes no desaparecían, y al cigarrillo no le quedaban más de dos pitadas de vida. Murió, lo apagaste contra el cenicero, y ya estaba. No había más humo, ni imágenes, ni nada.
Un fuerte dolor de cabeza te dominaba, producto del desvelo y el insomnio de la noche anterior. Conociste el techo de tu habitación a la perfección. Y todavia te preguntas cómo puede un foco explotar estando apagado. Fue el único susto de tu interminable noche. Y la explosión generó otra explosión en vos; estallaste en un llanto angustioso, desmedido, doloroso. Tal vez sea por eso, que hoy no queres llorar. Estás débil, otra vez.
La hoja empezaba a llenarse, y el paquete de cigarrillos a vaciarse.
Necesitabas un café, una aspirina, un calmante. Pero hace rato que no tomas nada de eso.
Estás perdida, y no sabes que hacer. Y un mapa, no es la solución.
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